Cuando Néstor Kirchner decidió cancelar la deuda con el FMI no lo hizo desde una perspectiva ideológica. Al contrario: análisis histórico, pragmatismo económico y convicción política, fueron los ejes que guiaron su decisión.
A partir de la irrupción del FMI en la Argentina en 1956 -en el marco del derrocamiento del segundo gobierno del Gral. Perón en 1955- y la aplicación de sus programas político-económicos, pero muy especialmente desde el Golpe de Estado de 1976 que dio inicio a la última dictadura cívico-militar que cambió la estructura económica de nuestro país, se desató un ciclo de endeudamiento en moneda extranjera sin precedentes en la historia que alcanzó un punto de inflexión escandaloso con la estatización de la deuda de los principales grupos empresarios concentrados argentinos en 1982.
La crisis hiperinflacionaria de 1989 que obligó al presidente Alfonsín al adelantamiento de la elecciones presidenciales y, también, al adelantamiento de la entrega del Gobierno, tuvo al Fondo como protagonista estelar.
No fue la única vez en que el papel del Fondo fue central y causal de las verdaderas tragedias que vivimos los argentinos y las argentinas: la convertibilidad fue apoyada explícitamente por el organismo, culminando con una crisis institucional, económica, social y política sin precedentes. Cinco presidentes en apenas una semana marcaron a fuego aquella etapa que concluyó con el default; crisis en el sistema financiero; índices de pobreza sin precedentes; compatriotas que perdieron su vida producto de la represión de las fuerzas de seguridad ante las protestas sociales.